domingo, marzo 26, 2006

5 - JUEGOS INFANTILES

Igual que ocurre con el resto de los mamíferos, pronto los cachorros empezaran a crecer y jugar entre si. Si tiene hijos, sobrinos, primos o nietos pequeños, seguro que alguna vez se ha llevado más de un mordisco, o un chupetón en el brazo, incluso en la cara jugando con ellos. Esto es así porque entre los simios, al igual que ocurre con los perros, los mordiscos son la forma de establecer una conexión afectiva, un castigo; de defenderse. Su hijo puede intentar morderle jugando, como haría un cachorro, o para zafarse de usted, porque está incómodo, o porque usted no le atiende y morder es su forma de llamar la atención, incluso de mostrarse irracionalmente cariñoso. Exactamente igual ocurre con los cachorros, lo que pasa es que un cachorro, a partir del primer mes, comienza a tener unos dientes afilados como agujas y tal como le pasó a usted cuando era pequeño, le están creciendo, aflorando, así que necesita morder, se muere por morder, y por jugar. Si su cachorro le molesta demasiado, o le hace sangre, no le peque, el animal no entenderá su respuesta. Para él su manotazo o su enfado forman parte del juego. Probablemente piense que es usted un bruto y se marche, huyendo, quejoso porque le ha hecho daño, pero a las primeras de cambio volverá a repetir su error. Lo que tiene que hacer es morderle. No pretendo que salga en los telediarios o en la primera página de la prensa amarilla. Desde que existe “Gran Hermano” o “la casa de tu vida”, estas cosas ya no son noticia. Si su cachorro le muerde, muérdale la oreja, suavemente, así entenderá que se ha propasado. Todos estos juegos sirven para ejercitarse y aprender cosas que más tarde, de adultos, serán de gran utilidad. ¿Recuerda aquel pobre nadador de Guinea Ecuatorial en las olimpiadas de Australia? La mayoría de los niños occidentales aprenden a nadar antes de los quince años. Ya ve lo difícil que resulta aprender de adulto lo que resulta fácil y natural en la infancia. Descuide a su perro durante el primer año y tendrá un mostruito “encantador”, sólo que con colmillos y garras.



No es infrecuente que el padre traiga al cubil una pequeña presa viva con la que los pequeños puedan ejercitarse. Los padres humanos traen pelotas de fútbol o raquetas de tenis con la estúpida esperanza de que al crecer la criatura logre entrar en los circuitos profesionales y mantener al resto de la familia. El padre lobo es más sensato y trae alguna rata, o un conejo medio muerto, que son las presas más al fin que se persigue. A parte de un festín, esa comida viva es para el cachorro un juguete. Durante estos juegos, u otros parecidos, no tardará en establecerse una jerarquía entre los cachorros, con un dominante y una serie de subordinados. ¿Recuerda? Sí, es el eterno rollo de: ¿quién se queda con Juanito? Yo no, porque es torpe, ve menos que un topo y marca goles en propia puerta. Ya sabemos que Juanito se convirtió en abogado y que vive en una lujosa mansión desde la que trata oscuros asuntos relacionados con el blanqueo de dinero, tiene una mujer de bandera, tres lujosos coches y un par de criadas asiáticas; y que Luís, que era el que más goles marcaba, el más rápido y el más elegante, es un llonqui en proceso de reinserción social. Pero en el mundo salvaje primitivo nada de esto habría sucedido. En el mundo del perro salvaje que estamos imaginando, la jerarquía queda establecida provisionalmente durante los primeros meses, eso evita posteriores enfrentamientos innecesarios. Más tarde, entre el primer y el segundo año, se pondrán a prueba más seriamente, pero esta primera clasificación de categorías ayuda a mantener cierta paz social. Los dominantes, sin necesidad de un convenio colectivo ni ningún decretazo del gobierno, recordarán periódicamente a sus dominados cual es el lugar que ocupan en la jauría con un marcaje al inferior digno de un partido de rugbi. Y eso es todo, que no es poco. Ya ve, por muchos pañuelos rojos que ponga en el cuello de su amada mascota, y esa boina del Che con la que está tan simpático, su amigo, ya de pequeño, sentía cierta predisposición genética a la dictadura. Digamos a su favor que al contrario que pasa con los humanos, la dictadura de la manada posee ciertas reglas inalterables que deben ser respetadas.