domingo, marzo 26, 2006

23 - EL ADIESTRAMIENTO

Si un asesino borracho, drogadicto, mujeriego, corrupto y con cara de tonto, consigue que millones de personas le vitoreen, le quieran y se levanten temprano para ir a votarle, imagine lo que usted podrá conseguir de su buen y amado perro. Detectar explosivos, droga, personas vivas, o muertas, abrir puertas, guiarle por la ciudad, avisarle de un inminente ataque epiléptico, acercarle cosas, vigilar la casa, darle la patita, sentarse, tumbarse, esconderse bajo la mesa ante un terremoto, intentar escapar a la montaña unas horas antes de que el sunami acabe con ese paraíso tan mono que tanto esfuerzo le costó encontrar, hacerle compañía, aguantarle... Con un poco de tesón, usted podrá conseguir todas esas cosas de su perro. Y lo más importante: lo que usted va ha conseguir que haga su perro, no es nada en comparación con lo que él conseguirá de usted.

Si usted no quiere acabar siendo paseado por su perro, o dando viajes para recoger esa pelota con la que usted soñaba que el can jugase, será mejor que dedique algo de tiempo, dos sesiones de cinco o diez minutos diarios bastaran, a enseñarle alguna cosa útil a su querido amigo. Lo mejor es que si por falta de tiempo o cualquier otro motivo, no puede permitirse recurrir a una escuela canina, es preferible que antes de desistir y darlo todo por perdido, sea usted mismo el que realice el adiestramiento.



Es importante que el aprendizaje empiece cuanto antes. Deberá realizarlo como si fuera un juego, cuando el perro todavía es cachorro. Olvide todo lo que le enseñaron en la escuela. Se aprende jugando. La única razón de que humanos aprendamos mediante el aburrimiento y la tristeza es esta: la escuela no está para enseñar, está para ir acostumbrándonos a pasarlo mal. Haga el payaso delante de su perro y verá como aprende. Póngase serio, y conseguirá un inadaptado social. Habrá oído más de una vez aquello de que “perro viejo no aprende trucos nuevos”. Es cierto, y mentira. Si es jugando, si se gana la confianza del animal, aprenderá. Con cariño y paciencia, cualquier edad es buena para aprender. En los cachorros, a partir de los tres meses podemos empezar a sacar algo en claro. Lo primero que tiene que tener presente es que las sesiones deben ser cortas, cinco a diez minutos, de lo contrario corre el riesgo de que el perro se aburra, pierda interés y acabe por no aprender nada de nada. Durante el tiempo en que esté enseñando a su perro, debe hablar con él lo indispensable. Aunque haya tenido un mal día y esté loco por contar su vida y milagros al cuatro patas peludo que lo mira con cara de bobo y la lengua fuera, no lo haga. A parte de ahorrarle un posible dolor de cabeza al animal, debe intentar, como mínimo, durante esos cinco o diez minutos, dar a su perro únicamente las órdenes pertinentes que queremos enseñarle. Cuando la respuesta sea positiva, felicítelo, póngase loco de alegría, como un poseso, hágale unas caricias y si quiere, dele una galleta para perros, trátelo en actitud festiva, como si usted fuese un payaso. No le importe sobre actuar, su perro se lo pasará pipa con usted; él le prefiere así. Si le da vergüenza, realice el adiestramiento en casa, con el resto de la familia en el cine. Yo prefiero limitarme a decir: muy bien guapo y darle un par de caricias; en ocasiones ni eso, pero los perros agradecen mucho las exageraciones festivas. Las primeras órdenes que vamos a dar al perro son muy sencillas, así que el lugar en el que puede, y casi debería realizar el primer ciclo de aprendizaje, puede ser perfectamente el pasillo de casa. No busque excusas de falta de espacio, lugar o tiempo. Las sesiones son cortas, diez minutos como máximo y el único requisito de espacio es el de evitar estímulos externos a nuestro alumno. Eso lo distraería y pretendemos que el animal obedezca, entienda lo que queremos de él y que su actitud de obediencia signifique una gratificación (alegría) para nosotros y, sobre todo, para él. Igual que usted va a su trabajo y le guste o no hace sus tareas diarias, su perro debe aprender y obedecer. Para conseguir esto no precisamos un estadio de fútbol, nos bastará con que no existan estímulos ni distracciones que entorpezcan nuestros propósitos; seamos coherentes; rectos y estimulemos las respuestas positivas cuando estas se produzca. El único estímulo que debe encontrar el perro es su adiestrador. Otro requisito sumamente importante es la paciencia. Debe ser más perseverante y cabezón que su querido amigo o de lo contrario le tomará el pelo. No de su brazo a torcer. No pida imposibles a las primeras de cambio. Es mejor enseñar una orden sencilla y obtener buenos resultados que pretender enseñar ochenta y no conseguir nada de nada. Sobre todo, no le pegue y ni sueñe con obtener un acróbata o un Rintintín a las primeras de cambio. Si lo obtiene, puede dar gracias a Dios, ir a la iglesia más cercana, poner un par de velas a su Santo predilecto y pregonar su buena suerte, orgulloso, a los cuatro vientos, pero, cuidado, estos sorprendentes resultados pueden deberse a tres motivos: uno, tiene usted un perro increíblemente inteligente, que ya sería raro, sobre todo porque suelen parecerse a los dueños y eso explica muchas cosas de la degeneración experimentada en ciertas razas; dos, su perro se derrite por usted, está tan pendiente de usted, lo quiere tanto, que intuye lo que se espera de él, por lo visto su perro es un poco brujito, yo no me fiaría demasiado y no le quitaría ojo de encima; tercero, ha sido un golpe de suerte que puede desaparecer en cualquier momento, esto es lo más normal. No se asuste con ninguna de estas posibilidades y sobre todo, si antes de dar la orden, con sólo pensarla, ve que su perro corre presto a obedecerle, no piense en extrañas reencarnaciones, invasiones alienígena ni en telequinesias extrañas, al final acabaría estresado, puede que en el psiquiatra; no se alarme, no es cosa de brujería. Este último caso es infrecuente, pero si tiene la suerte de tener un perro así, por nada del mundo rompa la confianza del animal. Recuerde que el mérito de esta extraña simbiosis es en un noventa por ciento gracias a usted: su perro confía ciegamente en usted, lo idolatra. No rompa su confianza, aprovéchela en su beneficio, pero nunca, nunca, jamás, cometa la torpeza de exigirle demasiado. Sea como sea su animal, y haga los avances que haga, recuerde una cosa: mañana será otro día y cada año tiene 365 días, no rompa en unos minutos lo que sin saberlo ha conseguido tras varios meses. La confianza del animal en usted es sumamente importante. No le importe perder una batallita, la perseverar es su verdadera arma. Su perro no tiene otra cosa que hacer, a parte de lamerse el culo y rascarse los costados, que poner a prueba su autoridad e intentar ver hasta dónde puede llegar su grado de desobediencia. Sea constante. A parte de esto, deberá averiguar el motivo por el que su perro “adivina” sus pensamientos. Los humanos no solemos tener muy desarrollado el lenguaje gesticular y a menos que nos encontremos al volante de nuestro utilitario no prestamos demasiada atención a las manos de nuestros congéneres. Las cejas del vecino, a menos que estas le tapen los ojos o tenga un tic nervioso, tampoco nos llaman la atención, pero los perros se fijan en todo. Si su perro “lee” su pensamiento, compruebe que no es debido a una de estas causas: siempre da las mismas órdenes, en la misma cadencia, casi a la misma hora o en situaciones que el perro capta perfectamente (nada más llegar del trabajo, antes de comer, de acostarse, etc.), vamos, que se repite usted más que el ajo y es más previsible que el agujero de un donut, porque vamos, que su disposición al final del pasillo, en una determinada habitación, o en compañía de una persona determinada, advierte al animal sobre el inicio de la sesión y lo que usted espera de él. Vigile sus gestos. Por imperceptibles que sean, son advertidos por el perro y ya no necesita dar la orden. Ese gesto involuntario del que usted no se da cuenta, es para su alumno la orden que estaba esperando. Averigüe la causa, y si aún así su perro continúa adivinando lo que usted piensa, pues, piense en otras cosas, ya verá como descubre la triste verdad: su perro no es la reencarnación de nadie.